Sin dudas y quizás lamentablemente la vida a nivel social en el Uruguay parece formar parte de un ciclo infinito, donde una y otra vez se repiten vivencias y situaciones; con la única modificación, que, a la hora de vivenciar determinados hechos, se va sufriendo un cambio generacional de los protagonista que lo viven, sufren o reaccionan de una manera muy diferente a sus antecesores.
La dictadura cívico militar, forma parte de la historia reciente de nuestro país, manteniendo heridas que siguen abiertas, al punto de que el sector político defiende a capa y espada las instituciones democráticas, aun desde el conocimiento de la falta de cristalinidad en el accionar de los gobiernos de turno; Si tenemos en cuenta que aquellos que tienen que hacer el contralor, prefieren “ir hasta ahí” en el entendido que si se va a fondo, se puede generar un desorden institucional, que traiga consigo una inestabilidad a nivel democrático y que por defecto acarre duras problemáticas en la población.
El siglo XXI trajo consigo una nueva camada de guerrilleros, pero no como los que supimos conocer en la década de los sesenta o setenta, sino que los de ahora son de Twitter, es mucho más fácil resolver el mundo desde una aplicación en la comodidad de casa, sin tener que verle la cara a mi opositor y pudiendo ampararme en el anonimato de una cuenta a la que no tengo porque ponerle mi nombre real y desde ahí disparar toda mi artillería pesada contra el enemigo.
La situación social actual, no dista mucho de ser aquella que se vivía a mediados del siglo XX, cuando el Uruguay entraba en crisis económica tras la Segunda Guerra Mundial, con la salvedad que la modernidad y el consumismo nos ha dado la posibilidad de tener ciertas comodidades que nos hacen no pensar y no cuestionar la posibilidad de salir en masa a pelear por temas que nos afectan a todos, todos los días, cada día está más claro que el sistema se volvió funcional a la causa de unos pocos que están logrando mantener cautivos a otros tantos.
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