Si por un momento nos preguntáramos ¿Qué es lo que motiva a una persona a pertenecer o al menos acercarse al mundo de la política? Podríamos contestar que inevitablemente tiene que existir vocación o gusto por todo lo relacionado a las diferentes problemáticas de tipo social y su entendimiento de que es capaz de poder aportar algo desde su impronta para intentar cambiar realidades negativas que afectan al país.
Al mirarlo de afuera solo podemos pensar en que tiene que haber algo vinculado con los sentimientos que afecte a esa capacidad para animarse a exponerse de forma pública con su accionar, ya que a partir de ese momento van a quedar sujeto a halagos y críticas de todo tipo.
Claramente desde hace bastantes años la política se ha transformado en un negocio en donde varias caras conocidas van alternando sus puestos de acuerdo con la realidad social del momento en el país y el lugar que la masa electoral decida darles. Uruguay se puede jactar por tener un sistema electoral limpio y transparente lo que por defecto avala los triunfos de los candidatos y las fuerzas políticas en los comicios que se realizan cada cinco años.
El problema de esta realidad nació cuando aparecieron nuevos actores en escena que pertenecían a diferentes ámbitos, que si bien en algún punto estaban relacionados con la política no tenían por qué llegar a mezclarse, pero lo hicieron, en ese momento se empezó a ver esta realidad como la posibilidad de generar ingresos económicos, poder y además estar en boca de todos. Para lograr este cometido se empezó a demostrar que era muy fácil cambiar determinadas reglas éticas no escritas pero existentes que siempre formaron parte de la política uruguaya.
Aquellas sesudas discusiones acerca de los ideales que cada partido promovía, se cambiaron por Fake News publicadas en redes sociales en donde generalmente se busca despedazar al oponente, sin ningún tipo de miramiento en el daño que puedan generar. El cambiarse de un partido a otro buscando mayor visibilidad propia sin importar las banderas que levantan estas instituciones también ha pasado a ser una moneda corriente dentro del nuevo sistema político que está regido principalmente por intereses de tipo personal, mas no, por la realidad colectiva que puede significar el hecho de formar parte de una agrupación política, que en la gran mayoría de los casos intenta llegar a tener algún tipo de representación parlamentaria.
Las diferencias entre alguien que cobra un sueldo por asesinar y aquel que cobra un sueldo sin importar a cuantas personas va dañando en el camino, realmente parecen ser ínfimas. Hacer política hoy en día es manejarse en un terreno de penumbras, en donde todo puede ser pasible de dudas, en donde todos de una forma u otra son corrompibles y la mayoría de las veces también tienen un precio.
Entender a los políticos como agentes contaminados por la corrupción es algo que la sociedad a normalizado al extremo de aceptarlo si ningún tipo de cuestionamiento, en el entendido que es mejor un corrupto en el gobierno que un militar en las calles reprimiendo…
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